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Historia de Sevilla

CARMONA Y LOS ORÍGENES DE SU TÍTULO DE CIUDAD

CARMONA Y LOS ORÍGENES DE  SU TÍTULO DE CIUDAD

          José Martín de Palma en sus libros manuscritos conservados en el archivo Valverde Lasarte, incluyó un capítulo titulado: "De las armas que el santo rey don Fernando dio a carmona, y de su principio y origen del título de ciudad". Él se vanagloriaba que Carmona, pese a que no obtuvo el título hasta 1630, de facto lo era desde tiempo inmemorial.

Efectivamente Carmona recibió el título de ciudad el 20 de marzo de 1630 tras pagar a la hacienda Real 40.000 ducados. El déficit de numerario de la Monarquía, en plena Guerra de los Treinta Años, era tal que a cambio de dinero estaba encantada de conceder cualquier título, ya fuese nobiliario, de villa, de ciudad, e incluso, a enajenar títulos o territorios.

Lo más interesante de la versión de José Martín de Palma, un estudio carmonense del siglo XVIII, es que según él ya era ciudad de facto desde mucho antes. Y para demostrarlo esgrimía dos pruebas: una, su condición de municipio romano en tiempos de Julio César. Y dos, la existencia un documento de 1491 expedido por los Reyes católicos en que se cita a las ciudades de Sevilla, Carmona, Écija,Jerez, Andújar, Baeza,  Úbeda y Córdoba. No hemos encontrado otros documentos en que se dé a Carmona este tratamiento salvo algún que otro error. Así, por ejemplo nada menos que en el testamento de Carlos V, dado en Bruselas el 6 de junio de 1554 se citó lo siguiente:

 

Y a todos los otros gobernadores castellanos, alcaides y sus lugartenientes, así de las ciudades de Milán, Carmona, Alexandría, Lodi, Pavía y las otras ciudades, villas, tierras y lugares del dicho Estado… (Fernández Álvarez, 1979: IV, 93).

 

           Estaba claro que no se trató más que de un error de su cancillería, pero ¡vaya error!, en un documento tan importante, en el que pusieron Carmona donde presumiblemente debía figurar Cremona. Pero cualquier argumento era válido para una persona como José Martín de Palma, dispuesto a engrandecer los orígenes de su pequeña patria chica a cualquier precio. Incluso, a costa de tergiversar la verdad histórica.

 

 

APÉNDICE I

 

Capitulo de las armas que el santo rey don Fernando dio a Carmona, y de su principio y origen del nombre de ciudad

 

Carmona, cuyas ruinas están clamando mayor grandeza que las murallas de otros insignes ciudades, cuyos alcázares bocean quien fue Carmona, cuya fábrica está diciendo haber sido fundada cuando los hombres no tenían qué hacer en el principio de su población.

           En el año de 1247 que ganó el Santísimo Rey a esta ciudad día del señor San Mateo, 21 de septiembre, viniendo el Santo Rey con su ejército en la noche del día 17, estando tenebrosa en conformidad que no se veía nada apareció un lucero tan resplandeciente que le dio luz e iluminó hasta el día con lo cual pudo el ejército entrar por el pilar de Brenes a subir por el Puerto de Matajacas y dio margen a poner el ejército en el campo del Real, el cual lucero aparecía de noche sin ser visto de los moros. Y el Rey después que le entregaron las llaves por Buceite mandó que se pusiera el escudo de sus armas, orleando con castillos y leones y que se le pusiera el rótulo: “Sicut Lucifer luce in Auro (sic), ita in Vandalia Carmona" y se enarbolaron los estandartes de la fe por don Rodrigo Ponce de León en las murallas (y) castillos.

           Carmona fue noble y muy leal a sus reyes que aunque en el día tiene nombre de ciudad, como lo tuvo en otro tiempo como lo declara Cayo Julio César en sus comentarios tratando de los soldados que fueron de Carmona en ayuda del pueblo Romano, con cuyo favor vencieron muchas batallas: “Carmonenses venerunt a longe que est fortissima civitas totius provintie betica”. Siempre Carmona ha sido leal a su Rey y fiel y después y antes de la pérdida y se verificó cuando el Rey don Enrique la deshonró por no haberle dado la obediencia hasta que supo la muerte de su Rey don Pedro y la hizo villa y en el año de 1630 por el señor Rey don Felipe III se le volvió el título de ciudad, con dosel y señoría.

Asimismo, gozaba este honroso título y nombre de ciudad como se ve en el privilegio que los santos Reyes Don Fernando y Doña Isabel que en el año de mil y cuatrocientos noventa y uno para la nueva fundación de la ciudad de Santa Fe, dos leguas de Granada, en que da licencia a nueve ciudades acudan al edificio de esta fábrica del cual privilegio pongo aquí su principio que es el que se sigue:

 

“En el nombre de Dios amen, Padre, Hijo y Espíritu Santo que son tres Personas y un sólo Dios verdadero que vive y reina para siempre jamás y de la Bienaventurada Virgen Gloriosa Santa María su Madre a quien tenemos por Señora y abogada en todos nuestros hechos y acciones y honras y servicios y del Bienaventurado Apóstol Santiago luz y espejo de las Españas y patrón y guiador de los Reyes de Castilla y de todos los santos y santas de la corte del cielo, por cuanto a los reyes y príncipes católicos pertenece y contiene la defensa en el alumbramiento de la fe cristiana contra los moros y árabes enemigos del santo nombre de Dios y de sus santos y para ello pretendemos hacer una nueva fábrica con nombre y título de Santa Fe y siendo ella la que debemos defender donde se favorezcan y ampare de la clemencia de los temporales por tanto hacemos saber a las ciudades de Sevilla, Carmona, y de Écija y de Jerez y de Andújar y de Baeza y de Úbeda y Córdoba ...”

 

(Libros manuscritos de José Martín de Palma. Archivo Valverde Lasarte. El párrafo está tomado directamente de la obra del padre Arellano).

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

HISTORIA DE LOS CONVENTOS DE BURGUILLOS DEL CERRO EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

HISTORIA DE LOS CONVENTOS DE BURGUILLOS DEL CERRO  EN LOS MANUSCRITOS DE ASCENSIO DE MORALES (S. XVIII)

Ascensio de Morales y Tercero en una carta autógrafa, fechada en Badajoz, el 26 de abril de 1754, explicaba todos los pormenores de su comisión de archivos. Una orden del Consejo de Estado dada en 1743 le encomendó la tarea de investigar en los archivos para hacer una Historia Eclesiástica de España. Sin embargo, detrás de esa aparentemente altruista misión había motivos de más calado. Al parecer, los cardenales Acquaviva y Belluga, comisionados para negociar el Concordato de 1723 habían sostenido, frente al Papa, que la grandeza de los conventos y de las iglesias de España se debía al mecenazgo de los reyes. Felipe V quiso llevar a cabo una investigación para verificar eso y de paso recuperar los legítimos derechos que con la Corona le habían dejado los señores reyes sus predecesores gloriosos en las iglesias que habían conquistado, fundado y dotado en sus dominios, y saber cuántas eran fundaciones reales. Y para llevarlo a cabo se le otorgó el cargo de oidor honorario de Sevilla con la intención de que recibiese un sueldo de 75 reales diarios para llevar a cabo su misión. Empezó investigando en Castilla, León, Asturias y Galicia, para ver la regalía de patronatos de las iglesias catedrales de Palencia, Valladolid, León, Astorga, Santiago, Tuy, Lugo, Orense, Oviedo y Burgos. Con Fernando VI se le propuso Galicia, y, finalmente, por decreto del 23 de junio de 1750 se le encargo los obispados de Cuenca, Murcia, Cartagena, Orihuela, Plasencia y Badajoz (Rodríguez Moñino, 1930: 121-136).

Su obra más acabada fueron cuatro volúmenes con documentación sobre la diócesis de Badajoz. El cuarto de esos volúmenes, conservado por duplicado en el Archivo Histórico Nacional y en la Biblioteca Colombina fue publicado en Badajoz en 1910 bajo el título de Crisis Histórica de la Ciudad de Badajoz y reeditado en la misma ciudad en el año 2006. Sin embargo, este último volumen era resumen de los tres anteriores, conservados en la sección de Códices del Archivo Histórico Nacional y que nunca vieron la letra impresa. Uno de estos tres volúmenes es la historia de los conventos del obispado de Badajoz, de los que extractamos en estas líneas lo correspondiente a la villa de Zafra.

Fue mal investigador y buen copista, se dedicó a copiar literalmente de fuentes muy concretas: las crónicas de las respectivas órdenes, los libros de profesión de cada convento y de la Historia eclesiástica de la ciudad y obispado de Badajoz de Juan Suárez de Figueroa. Su valor es relativo, de aquellos cenobios de los que se conserva su documentación apenas presenta ninguna novedad reseñable pero sí, en cambio, de aquellos otros en los que la documentación está desaparecida o perdida.

Y por último decir que hemos adoptado como criterios de transcripción la actualización de las grafías. Asimismo, hemos corregido sin previo aviso las erratas del propio autor y alterado aquellos signos de puntuación colocados inoportunamente, todo ello para facilitar su lectura.

 

CONVENTO DE RELIGIOSAS DE LA CONCEPCIÓN

 

          Alonso Fernández de Segura, natural de Burguillos, canónigo que fue de la Iglesia Catedral de Salamanca, queriendo emplear su hacienda en servicio de Dios, por su testamento, otorogado en 11 de junio de 1525 y un codicilo en 31 de mayo de 1527, dispuso entre otras cosas que parte de ella se aplicase a la fundación de un convento de religiosos en la dicha villa en donde era natural; que éstas fuesen del hábito y título de Nuestra Señora de la Concepción y con tal que la obediencia quedase al cabildo de la Iglesia de Badajoz. En conformidad de los cual se hizo la fundación, aunque no consta el día ni circunstancia de ella, solo sí que parece que las fundadoras que vinieron a ocupar el convento luego que se hizo la obra parece eran de distinto hábito y religión por cuanto resulta que en la comisión que dio el cabildo, el año de 1532, al canónigo Fernando Vázquez para que visitase el convento se añade que puede tomar cuentas y posesiones y mudar el hábito a las monjas.

          Es casa muy observante y religiosa. Estuvo sujeta al cabildo de esta ciudad hasta la celebración del Concilio Tridentino que, en conformidad de lo dispuesto por éste, pasó a la obediencia del prelado ordinario en que ha estado y está en ella. Han florecido muchas religiosas virtuosas de quienes no se ha podido adquirir relación.

 

 

CONVENTO DE LAS LLAGAS DESCALZOS DE SAN FRANCISCO

 

          A mil pasos de la villa de Burguillos de este obispado, por la parte de ella que mira entre el mediodía y levante, está situado el convento de las Llagas de la Provincia de San Gabriel, de Descalzos de San Francisco. Admitiose su fundación en el año 1564, siendo provincial de ella el reverendo padre fray Francisco de Fonseca y ministro general de la Orden seráfica, el reverendo padre fray Francisco de Zamora. Se hizo a petición y expensas de la excelentísima señora doña Teresa de Zúñiga, Duquesa de Béjar y señora de dicha villa y estado de Burguillos, que por la gran devoción que tenía a las Llagas de Nuestro Redentor Jesucristo y del seráfico padre San Francisco quiso que este convento se intitulase de las Llagas. Murió esta señora muy a los principios de la obra, dejando para su prosecución encargada al Marqués de Villamanrique, su hijo, asignados cuatro mil ducados.

          En el año de 1571, hecha ya parte de la fábrica, entraron a habitarle los religiosos en número de doce, que eran los muy precisos para los divinos oficios y otros ministerios regulares. Y después, se concluyó con limosnas que fueron dando los vecinos de aquella villa y sucesores Duques de Béjar, en cuya casa está el patronato. Sin haber establecido en su fundación número determinado de religiosos, que hoy llegan a veinticuatro, y a veces pasan de este número, con la ocasión de haber en este convento estudio de moral. Sus rentas, como todas las de las casas de su instituto descalzo, son la divina providencia, explicada en la piedad y limosnas de los bienhechores. Entre los religiosos de él que han florecido en virtud y letras se hayan noticias ciertas de los siguientes:

          Fray Bartolomé de Huete, uno de sus primeros guardianes, y después definidor de la provincia. Fue religioso de gran espíritu y eficacia en el confesionario, por cuyo medio logró muchas almas para Dios y conversiones de grandes pecadores. Muy penitente y mortificado en sí mismo y ardiente en la caridad con los próximos; en la oración muy fervoroso, a cuya fuente acudía por remedio a muchas y graves necesidades que se le encomendaban y ocurrían algunas en el preciso alimento de sus religiosos que alguna vez fueron, no sin portento, socorridos por los méritos y oraciones de su venerable prelado.

          Por los años de 1600 floreció en dicho convento y en él está sepultado, fray Miguel de Valencia, lego y natural del lugar de su apellido. Fue eminente en todo género de virtudes y rigidísimo en la de la penitencia, pues, aunque llegó a ser muy anciano, nunca moderó los rigores de ásperos y continuos silíceos, ayunos a pan y agua y rigurosas disciplinas, en que derramaba mucha sangre, con que llegó su razón a dominar perfectamente las pasiones. En la oración mental fue muy fervoroso y frecuente. Y para lograr más tiempo para este santo ejercicio, tomó a su cuidado el despertar siempre a maitines, indispensables en esta casa y provincia de San Gabriel, que cumplía puntualísimo, estándose orando en el coro hasta la media noche, hora de los maitines. Volvía por la mañana a prima, y oídas cuantas misas le permitían las ocupaciones de su estado, se ejercitaba después en lo que la obediencia le disponía. En la paciencia fue admirable, pues padeció muchas y penosas enfermedades con maravillosa conformidad.

          El reverendo padre fray Francisco Tanco, lector emérito de sagrada teología y padre de provincial, fue natural de la expresada villa de Burguillos, en cuyo convento vivió muchos años y murió en el de 1656. Fue religioso muy reformado, muy celoso de la pura observancia de la regla seráfica e instituto descalzo. Muy docto, atento y circunspecto en todo, de afable condición y gran experiencia en negocios arduos, como lo acreditó en el célebre capítulo general que se celebró en Roma, año de 1625, al que asistió como ministro provincial que era de esta provincia. Y en varias consultas que se ofrecieron sobre unos decretos apostólicos, concernientes a la reforma de todos los regulares, así monacales como mendicantes, mereció su dictamen especial aprobación de aquel gravísimo y doctísimo congreso. Fue religioso de tan ejemplar compostura que aun con los muchos años de edad y hábito que tenía, parecía en la que observaba muy mortificado novicio. Tuvo los puestos todos de la provincia, y algunos repetidos y otros por su mucha humildad renunciados. Unos y otros cumplió y dejó en ellos fama de muy regular y observante reformado. Se ejercitó con notable desvelo en todas las virtudes y actos de mortificación. De las cosas del culto divino y del aseo de la iglesia y altares era sumamente cuidadoso. Tomó a su cargo (después de su mucha graduación) la sacristía y altares, no queriendo fiar de los religiosos mozos. Preparole el Señor con una penosa y prolija enfermedad por muchos años que sufrió con admirable paciencia hasta su muerte, que correspondió a su santa vida, y yace sepultado en dicho convento.

          En el mismo convento, floreció, murió y fue sepultado, año de 1664, fray Pedro de Valdivia, confesor natural de la misma villa, de noble sangre que esmaltó con sus heroicas virtudes. Su vida fue ejemplar, y norma de cómo debe ser la de un perfecto religioso descalzo. Fue muy pobre, casto y obediente. En la oración mental continuo y fervoroso. Dormía solamente desde las nueve a las doce de la noche, en que acudía a los maitines, gastando el restante tiempo en la oración y ejercicios de disciplinas crueles y de otras asperezas. Ejercitábase todas las mañanas en oír y ayudar las misas. Y la suya decía con admirable devoción y lágrimas. Ayunaba la mayor parte del año y todos los lunes, miércoles y viernes a pan y agua, llevando continuo a raíz de las carnes un silíceo formidable.

          Por los años de 1730 floreció en dicho convento el padre fray Alonso de Barcarrota, predicar general y natural de la villa de su apellido. Fue varón verdaderamente apostólico y uno de los célebres predicadores que en su tiempo tuvo Extremadura por lo que le buscaban los principales pueblos para las cuaresmas y otras funciones de lucimiento y utilidad de las almas. Logró el grado de predicar general. Fue muchas veces guardián y una definidor, con voces de provincial. En la teología expositiva fue un asombro y predicaba a todas horas que se ofreciera, de cualquier asunto con gran propiedad, abundancia de sagrada escritura y santos padres. En el Derecho Canónico Moral fue admirable por lo que continuamente era consultado de varias partes. En la mística gran maestro y en los últimos años de su vida no pudiendo ya predicar se dedicó con especialísimo celo al confesionario, donde logró para Dios alto grado de virtud en muchas de las almas que dirigía. Murió en dicho convento, dejando mucha fama de religioso docto y perfecto.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LAS COFRADÍAS DE MAREANTES DE SEVILLA Y CÁDIZ EN EL SIGLO XVII

LAS COFRADÍAS DE MAREANTES  DE SEVILLA Y CÁDIZ EN EL SIGLO XVII

        Las cofradías de mareantes tenían una amplia tradición medieval tanto en los territorios de la Corona de Castilla como en los de Aragón. Rumeu de Armas encuentra cofradías de mareantes en el siglo XII y con más profusión ya en el XIII. Eran institutos gremiales que agrupaban a las personas dedicadas al mar, en cada villa o ciudad costera.

        Sevilla, ciudad de larga tradición marinera, tenía, como no, tenía una cofradía de pescadores con un hospital bajo la advocación del Espíritu Santo, y una cofradía de pilotos, maestres y contramaestres, bajo la advocación de Nuestra Señora del Buen Aire. Pues bien, de esta última y de su pugna con la gaditana del Santísimo Sacramento hablaremos en las líneas que vienen a continuación.

 

 

1.-LA COFRADÍA Y HOSPITAL DE LOS MAREANTES DE SEVILLA

        La cofradía y hospital de Mareantes fue un señero y poderoso instituto cuyos oscuros orígenes se remontan a mediados del siglo XVI. Se tiene constancia de su existencia al menos desde 1555. Ellos se sentían herederos de los privilegios del viejo colegio de Comieres, pero lo cierto es que nada tenían que ver con esta institución bajomedieval. Se trataba de una cofradía que funcionaba de forma similar a las gremiales, pues reunía a un grupo muy determinado de profesionales. Concretamente “los maestres, pilotos, capitanes y señores de naos de la navegación de las Indias”. Es decir, la cofradía y el hospital de los Mareantes tenían como objetivo primordial satisfacer las necesidades sociales y asistenciales de la gente del mar.

        Sus primeras reglas fueron aprobadas por el provisor del Arzobispado, en primera instancia, el 13 de marzo de 1561 y, por segunda vez, el 28 de diciembre de 1562. Unos años después obtuvieron la aprobación Real a través de una Provisión expedida por Felipe II. La Real Provisión estaba fechada en la villa de Galapagar (Madrid), el 22 de marzo de 1569. Posteriormente, dado el interés que suscitó entre sus hermanos, se realizó una edición impresa de las mismas, exactamente en 1578.

Esta corporación tenía una triple vertiente, a saber: una devocional, siendo los titulares de la cofradía la Virgen del Buen Aire, San Pedro y San Andrés. Desconocemos el origen de esta advocación del Buen Aire, aunque sabemos de la existencia en Cagliari (Cerdeña) de una devota imagen, con el título de “Nostra Signora de Bonaria”. Dos, asistencial, pues se erigía en hospital para curar a sus hermanos. Y tres, socio-política, pues también se articulaba como Universidad, “para defenderse de cualquier persona o institución que lesionase sus intereses”.

Como no podía ser de otra forma, esta institución tenía su sede en Triana, el barrio marinero por antonomasia. Concretamente se estableció en la calle del Espíritu Santo, luego conocida como de los Mareantes y actualmente como Betis. Según Ollero Lobato se ubicaba sobre una parcela de 429 varas cuadradas, dando la fachada principal al río y disponiendo de una puerta trasera que salía a la entonces llamada calle Larga –hoy conocida como Pureza-. Su iglesia fue inaugurada el día de la fiesta de Nuestra Señora de la O de 1573. Se denominaba oficialmente “Hospital de Nuestra Señora de los Buenos Aires”, aunque se le conocía vulgarmente como hospital de los Mareantes, según se explica en el encabezamiento de las Actas de la Universidad de Mareantes de Sevilla.

        El 24 de junio de 1596 aprobó unas nuevas reglas ante el ordinario, convirtiéndose en hermandad de penitencia, cuya salida con sus imágenes titulares quedó fijada en la tarde del Miércoles Santo. En el último cuarto del siglo XVII, probablemente en 1682, se trasladaron a su nueva sede en el colegio de San Telmo, cayendo en desuso su anterior asiento que entró en ruinas en la segunda mitad del siglo XVIII hasta su total desaparición.

        Como el gremio de Mareantes fue muy poderoso en Sevilla, igualmente poderosa fue su institución, es decir, la cofradía, el Hospital y la Universidad de Mareantes. Incluso, llegaron a tener hermandades filiales en América, como la que tenía su sede en el monasterio de San Francisco de Veracruz, en México.

        En sus reglas se entrevé toda su actividad financiera, asistencial y religiosa. La cofradía se sufragaba de una cuarta parte de soldada que se cobraba a los maestres de los navíos de la Carrera –luego pasó a ser media soldada-, de las limosnas que se recaudaban en las alcancías que se ubicaban en los navíos, y de las cuotas de los propios cofrades. Los servicios que prestaba a sus afiliados eran variadísimos: desde la asistencia en la enfermedad, hasta el entierro, las misas de difuntos o el auxilio a los hermanos que cayesen en la pobreza. Rendían cultos a la Virgen del Buen Aire así como a San Pedro y San Andrés. Asimismo, celebraban solemnemente la fiesta de la octava de Todos los Santos.

        Las últimas noticias que tenemos de esta cofradía están fechadas en 1704, siendo probable su desaparición en algún momento del primer tercio del siglo XVIII.

 

 

2.-LA DISPUTA CON LA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO DE CÁDIZ

 

        En la primera década del siglo XVII hubo numerosos pilotos gaditanos que pertenecieron a la cofradía de Mareantes de Sevilla. Sin embargo, el descontento de estos cofrades debía ser manifiesto porque, residiendo como residían en Cádiz, no se podían beneficiar de las ventajas corporativas del instituto.

        Aunque la correspondencia localizada por nosotros en el Archivo General de Indias, está fechada en 1612, aluden a una representación remitida al Rey doce años antes en la que plantearon ya el problema, es decir, “que en aquel hospital no recibe beneficio ninguno la gente de las naos que se despachan en esta bahía”. Pero indican que, pese a las reivindicaciones dirigidas a los cofrades sevillanos, que debía responder en veinte días, jamás hubo una contestación oficial. Estaba claro que el problema no era nuevo, pero los cofrades sevillanos veían venir una peligrosa escisión que le restaría muchos ingresos. Por ello, actuaban pasivamente, con lo que hoy denominaríamos un silencio administrativo.

Pero, en 1612 los cofrades gaditanos no estaban dispuestos a conformarse con dicho silencio administrativo. Hartos de su situación de indefensión querían llegar a una solución definitiva y duradera. En Cádiz residían muchos maestres, pilotos y gentes del mar que no recibían ningún beneficio de su pertenencia a la Cofradía de Mareantes de Sevilla. Por ello pretendían que la cofradía del Santísimo Sacramento de Cádiz –probablemente ubicada en la Catedral, aunque no se especifica-, hiciese las veces de corporación gremial para las gentes del mar residentes en dicha localidad. Obviamente la idea gustaba a los hermanos de dicha cofradía, por lo que su mayordomo Pedro Martínez Fortún, capitán del presidio, escribió también al Rey informándole favorablemente. Como bien reconocía la hermandad era muy pobre y estaba necesitada de recursos. Por ello, los hermanos de la sacramental se beneficiarían de los ingresos de los mareantes y, a cambio, les darían respuesta a sus necesidades asistenciales.

Los ingresos tendrían un doble origen: primero, la media soldada que se pagaba en principio a la corporación sevillana iría a parar a las arcas de la sacramental gaditana. Y segundo, pretendían continuar con una práctica que ya era costumbre de colocar una alcancía para la hermandad en todos los buques que partieran de Cádiz. Al parecer, el juez Pedro del Castillo, aludiendo a una autorización del secretario del Consejo Pedro de Ledesma, lo había permitido desde hacía años. El juez que le sucedió, Juan Bautista de Baeza, pese a que jamás encontró dicha autorización, continuó permitiendo esta práctica por ser ya en Cádiz "costumbre y obra pía".

La hermandad tenía como cometidos habituales la asistencia a los pobres enfermos y la celebración de la fiesta del Corpus Christi. Su mayordomo afirma que como en Cádiz llegan muchos “herejes, moros y judíos al trato y comercio” había gran necesidad de que los actos públicos tuviesen “más pompa y fasto que en otras partes”.

A cambio de esos ingresos extras que le iban a proporcionar los mareantes gaditanos los hermanos del Santísimo se debían comprometer a prestarles dos servicios muy concretos, que especifican los propios armadores:

 

 

“Con obligación que ha de tener de dar las medicinas que hubieren menester los marineros, grumetes y pajes que de las tales naos enfermaren en esta ciudad para que se puedan curar en sus casas. Y con obligación de que todos los primeros domingos de cada mes diga dicha cofradía una misa rezada por los navegantes que nuestro señor les de buen viaje”.

 

Por tanto, queda claro, que la hermandad Sacramental les garantizaría un servicio espiritual y otro terrenal del que de hecho no gozaban con la cofradía sevillana.

La corporación sevillana se opuso hasta donde le fue posible. Pero parecían tan justas las reivindicaciones de los gaditanos que consiguieron salirse con la suya. De esta forma, la hermandad Sacramental de Cádiz, que tenía una larga tradición asistencial, se convirtió en la corporación gremial de los mareantes gaditanos.

 

PARA SABER MÁS:

 

LÓPEZ MARTÍNEZ, Celestino: “La Hermandad de Santa María del Buen Aire de la Universidad de Mareantes de Sevilla”, Anuario de Estudios Americanos, Vol. 1, Sevilla, 1944.

 

MIRA CABALLOS, Esteban: “Las cofradías de mareantes de Sevilla y Cádiz: disputas jurisdiccionales” Revista de Historia Naval, Madrid, Nº 99. Madrid, 2007, pp. 41-56.

 

OLLERO LOBATO, Francisco: “El Hospital de Mareantes de Triana: arquitectura y patronazgo artístico”, Atrio, Revista de Historia del Arte Nº 4. Sevilla, 1992

 

RUMEU DE ARMAS, Antonio: Historia de la previsión social en España: cofradías, gremios, hermandades, montepíos. Madrid, Editorial Revista de Derecho Privado, 1944

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

 

SULTANES DE BERBERÍA EN EL ALCÁZAR DE CARMONA

SULTANES DE BERBERÍA  EN EL ALCÁZAR DE CARMONA

        El príncipe Muley Xeque, posteriormente bautizado como don Felipe de África, nació en Marruecos en 1566. Era hijo de Muhammad, rey de Fez y Marruecos, destronado en 1576 por su tío Abd al-Malik con la ayuda otomana y ambos fallecidos, junto a don Sebastián de Portugal, en la célebre batalla de Alcazarquivir o de los Tres Reyes. Era el último descendiente de la dinastía Saadí, la anterior a la actual que es la Alauita. Este último, con tan solo 12 años de edad, quedó sin más amparo que el de los portugueses, quienes decidieron ponerlo a salvo y enviarlo a Lisboa fuera del alcance del nuevo sultán. Nueve años permanecieron en Portugal el joven príncipe y su tío, exactamente desde el 27 de diciembre de 1578 hasta marzo de 1587.

       Muley Xeque todavía conservaba intactas sus aspiraciones de acceder al trono de Marruecos que legítimamente le correspondía. Por ello, solicitó al monarca en varias ocasiones que le entregase algunos hombres y barcos para ir a su tierra, en donde presuponía –ingenuamente, por cierto- que la gente se levantaría en armas en su apoyo y recuperaría su trono. Sin embargo, el rey Prudente, que por algo recibía ese apelativo, decidió con mejor criterio trasladarlo a España con su corte de cincuenta y siete personas. La orden se expidió el 21 de marzo de 1587 y el motivo era ajeno a los intereses de los dos príncipes saadíes, pues trataba de evitar que estos marchasen a Inglaterra, donde eran solicitados para usarlos en su propio beneficio. Su cumplimiento por el Duque de Medina-Sidonia no se hizo esperar, pues seis días después informaba que iba a proceder de inmediato a su traslado pero, a dos lugares diferentes, Utrera y Carmona, o en su defecto a El Coronil y Lebrija. Y ello por dos motivos: primero porque tío y sobrino no tenían buena relación, y segundo, para tratar de repartir los costes entre los dos municipios.

Como ya hemos dichos, la primera localidad española en la que residió fue en Carmona, una villa de la provincia de Sevilla. Al parecer, su elección se debió a que, además de disponer de un alcázar real en el que hospedarlo, poseía un cierto tamaño lo que permitía un mejor reparto de los costes entre su población. Aún así, el séquito era tan abultado que causó un notable quebranto económico a las arcas locales, así como un gran malestar entre la población. Y ello, porque los caudales prometidos para su sostenimiento se demoraron hasta el punto que se abonaron después de su marcha. Ahora bien, Carmona no parecía el lugar más idóneo, primero, por la importante comunidad morisca que albergaba y segundo por su cercanía al puerto de Sevilla. De hecho, entre 1570 y febrero de 1571 habían llegado a una villa de tan solo 3.000 vecinos un total de 1.080 moriscos, procedentes del reino de Granada. Entre la comunidad morisca carmonense había de todo, es decir, esclavos, criados domésticos, artesanos, pequeños propietarios, comerciantes y hasta escribanos, como Gregorio Muñoz de Alanís. Como veremos más adelante, estos llegaron a ofrecerle su ayuda para enviarlo al sur y reembarcarlo hacia Berbería.

Pocos días después de la llegada de la comitiva, exactamente el 28 de mayo de 1587, el corregidor de la villa, Esteban Núñez de Valdivia, anticipándose a los problemas, expidió un bando en el que exigía lo siguiente: a los “cristianos viejos” que los tratasen bien y que no les vendiesen más caro que a los vecinos de la villa, y a los moriscos que se abstuvieran de comunicarse con ellos, todo ello bajo pena de diez mil maravedís al que lo incumpliera. Pese a tales prevenciones, los problemas no tardarían en llegar como luego veremos.

Traía consigo un séquito de cincuenta y siete personas, incluyendo a seis mujeres, permaneciendo en la villa hasta febrero de 1591. Debió llamar la atención este joven príncipe de talle extremado, fornido y de perfectas proporciones, por su color de la piel moreno, lo suficiente como para que fuese conocido popularmente como el Príncipe Negro. No tardaron en aparecer los primeros problemas por el quebranto económico que suponía para una villa que todavía se recuperaba de la peste que la había asolado en 1583 y de las malas cosechas que padeció en 1587 y 1588.

En cuanto al alojamiento, tradicionalmente se dudaba en cuál de los dos alcázares que seguían en pie en Carmona se hospedó. Pues bien, está claro que no fue ni en el alcázar de la Reina, demolido en 1478, ni en el de la Puerta de Sevilla, sino en el de Arriba o de Pedro I. De hecho, en varias ocasiones el corregidor envió comisiones al alcázar de Arriba a tratar diversos asuntos con el príncipe saadí. Según Manuel Fernández López este edificio fue en otros tiempos “muy suntuoso y capaz y servía de alojamiento a los reyes cuando estos residían en Carmona”. Una fortaleza inexpugnable construida en época almohade y, posteriormente, restaurada y engrandecida por el rey Pedro I, quien se construyó dentro un palacio que era réplica del que poseía en el alcázar Real de Sevilla. Sin embargo, tras el terremoto de 1504 quedó maltrecho y desde entonces solo se realizaron pequeños reparos, por lo que su habitabilidad era ya en el último cuarto del siglo XVI más que dudosa. Realmente no parece que el alcázar estuviese perfectamente acondicionado ni que dispusiese de los enseres más básicos para llevar una vida medianamente confortable. De hecho, en la tardía fecha del 2 de junio de 1589, el alguacil Francisco López entregó al alcaide Almançor un total de trece colchones, catorce sábanas y otras tantas almohadas para las personas alojadas en el alcázar.

Dada la imposibilidad de alojarlos a todos en el alcázar fue necesario arrendar de manera forzosa un total de dieciséis casas, la mayoría de ellas situadas en la collación de Santiago. Sin embargo, el esfuerzo que debía hacer el concejo para mantener el arrendamiento de todas esas viviendas provocó que, desde el 15 de junio de 1590, pretendieran reducir a los africanos a seis o siete viviendas, teniendo en cuenta –alegaban- varios aspectos, a saber: primero, que había muchos menos que cuando se alojaron, segundo, que algunas viviendas estaban ruinosas y, tercero, que el coste del alquiler era excesivo.

Y ¿a qué se dedicaron en esta villa sevillana? Tenemos algunas noticias al respecto. Hay que empezar diciendo que entre los alojados la mayoría apenas entendía el castellano, o al menos no lo escribían. Pero al menos uno de ellos no solo lo entendía sino que también lo escribía, pues de hecho, cuando en 1589 el alcaide Almançor tuvo que firmar el acuse de recibo de los colchones declaró que no sabía la lengua pero que a su ruego lo firmó en su lugar Mohamete Benganeme.

Al año siguiente de su llegada, exactamente en julio de 1588, el sultán saadí debió vivir las fiestas solemnes que se hicieron para rogar por la gran armada que se disponía a invadir Inglaterra. Para ello se celebraron varios actos: primero, el sábado cuatro de julio se hizo procesión de rogativa hasta el convento de Nuestra Señora de Gracia, regentado por frailes Jerónimos, donde se encontraba la patrona, entonces oficiosa, de la localidad. Se trajo a la iglesia mayor para celebrarle un novenario. Asimismo, el 10 de julio, toda la clerecía y las cofradías se dirigieron en solemne procesión desde la iglesia mayor a la de Santiago con misa cantada en ese último templo. Y finalmente, el miércoles 13 del mismo mes se realizó otro desfile en el que se devolvió a la venerada Virgen de Gracia a su templo conventual.

La oligarquía local, siguiendo las órdenes del Duque de Medina-Sidonia y del corregidor, trató de complacer en lo posible al príncipe y a su corte. En el acta capitular del 16 de noviembre de 1589 se dice que los proveyeron siempre de trigo, camas y ropa y que acudían al alcázar a entretenerlo, “jugando con él”. Asimismo lo llevaban de cacería y celebraban fiestas de toros y cañas en su honor. Concretamente, el 11 de agosto de 1589, el concejo comisionó al regidor Ángel Bravo de Lagunas y al alférez mayor Lázaro de Briones Quintanilla, para que proveyesen de varas y lo demás necesario para correr toros en la plaza y para los juegos de cañas. Y ¿con qué motivo? Pues “por estar en esta villa el infante Muley Xeque, a quien su Majestad ha mandado lo festejen y regalen”.

Pese a estos agasajos, hay razones para pensar que las relaciones entre estos musulmanes y los cristianos viejos de la localidad fueron malas o muy malas. Uno de los problemas era que el príncipe era muy joven y apenas era capaz de controlar a su propia gente. Aunque bien es cierto es que la dispersión de parte de su cortejo por distintas casas de la villa no favorecían precisamente ese control.

Dado que entre el grupo de marroquíes había tan solo seis mujeres, la mayoría llevaba meses o años sin mantener relaciones sexuales. Esto fue una fuente de graves conflictos pues, algunos de ellos, al caer la noche y vestidos como cristianos acudían a casas de mujeres para mantener sexo con ellas. No parece que forzaran a ninguna de ellas sino que acudían a casas donde éstas aceptaban su entrada, probablemente a cambio de alguna compensación económica. Enterado el corregidor, ordenó que cesasen dichas prácticas, poniendo vigilancia. Como resultado de ello, una noche se supo que un musulmán había entrado en una casa donde vivían Juana Gómez, viuda, y sus dos hijas solteras. El caso es que el mahometano pudo entrar pero el corregidor y los alguaciles no, quienes tras aporrear la puerta durante largo tiempo la desquiciaron y encontraron en el corral de la casa “un moro en hábito de cristiano”. Acto seguido, el corregidor acudió a ver al príncipe saadí para solicitarle encarecidamente que prohibiese a su gente salir de noche.

Sin embargo, la situación no mejoró; el 14 de noviembre de 1589, tres criados del Xeque causaron ciertos altercados públicos por lo que se ordenó al alcaide Almançor que remitiese a los responsables a la cárcel pública, cosa que se negó a hacer. Cuando el alguacil mayor, Juan Tamariz de Góngora, los intentó apresar fue gravemente herido, provocando que los vecinos se situasen al borde de la rebelión. El corregidor tuvo que reaccionar rápido y acudir a caballo con otros alguaciles para evitar males mayores, pacificando a los vecinos y encarcelando a los tres responsables, ante el enojo del príncipe saadí. Acto seguido, se envió una comisión al alcázar para informar de lo sucedido al Infante, pero se encontraron con una sorpresa: éste lo tenía todo preparado para abandonar la villa:

 

En el dicho día en cumplimiento de lo proveído por Carmona en presencia de mi Pedro de Hoyos, escribano de cabildo, don Antonio Merino de Arévalo y don Cristóbal de Bordás Hinestrosa, regidores fueron al alcázar de Arriba y de parte del corregidor y de la villa hablaron al infante Muley Xeque al cual hallaron alborotado, vestido de camino y su caballo aderezado y muchas tiendas cargadas para irse fuera de esta villa y aunque le significaron la voluntad de la villa y del corregidor que no saliese del alcázar y porque lo que se había hecho había convenido respecto de sosegar los vecinos estaban escandalizados del alboroto y escándalo que los moros habían dado, que recogiese los moros y los quietase que el corregidor haría lo propio con los vecinos, el cual dicho infante dijo que él tenía cosas que tratar con su Majestad y le convenía partirse que él respondería a la villa lo cual respondió por la lengua que allí tenía”.

 

Como puede observarse la situación que se vivió fue extremadamente delicada y a punto estuvieron, musulmanes y cristianos, de llegar al enfrentamiento directo. Pero, ¿a dónde pretendía marcharse? Según el Duque de Medina-Sidonia su intención era ir a otra localidad más cerca de Sevilla. Y ¿con qué objetivo? Pues no lo sabemos pero, obviamente, la capital Hispalense seguía siendo por aquel entonces la gran metrópolis del sur, el puerto desde el que se podía viajar lo mismo al norte de África que al continente americano. Es posible que desde ese puerto más de un morisco pasase a las colonias indianas, aunque en el caso de Muley Xeque, lo probable es que pensase en embarcarse con destino al Magreb. Lo cierto es que el corregidor pudo convencerlo de que permaneciera en la villa a la espera de las órdenes del rey. Pero el ambiente estaba ya demasiado enrarecido; urgía su traslado a otra localidad.

También vieron con malos ojos la compra-venta de esclavos, pues Carmona poseía un notable mercado, satélite del sevillano, en el que se vendían tanto subsaharianos como berberiscos. El sultán marroquí veía mal este mercado de magrebíes y moriscos esclavos, hasta el punto que se dice que en su estancia por Castilla compró la libertad de quince o dieciséis personas. El rey fue informado que los musulmanes se dedicaban a rescatar esclavos moriscos, aunque no se ha podido verificar dicha práctica, al menos de manera masiva. No hemos podido documentar la liberación en Carmona por parte de Muley Xeque de ningún morisco, aunque sí consta alguno liberado en Utrera por Muley Nazar y otro por su homónimo, unos años después.

Por su parte, se ha dicho que al alcázar acudían neófitos del entorno a rendirle pleitesía y ofrecerles su apoyo para una posible liberación. Sin embargo, a qué clase de liberación se referían, ¿era el alcázar de Carmona una especie de cárcel domiciliaria? Pues todo parece indicar que sí; el joven sultán vivía en una situación de semilibertad, siempre vigilado por las autoridades locales y supervisado por la atenta mirada del Duque de Medina-Sidonia. El joven saadí soñaba todavía con regresar a su tierra natal, aunque fuese sin apoyos hispanos, pensando que a su llegada miles de compatriotas les mostrarían su lealtad y derrocarían al usurpador. Felipe II se negaba pero los moriscos carmonenses debían tener suficientes contactos como para facilitar su huida y embarque con destino a tierras magrebíes. Y tanto fue el riesgo que Felipe II pensó en reenviarlo al reino luso aunque finalmente se decidiera por alojarlo en la ciudad jiennense de Andújar. El rey Prudente no se fiaba de él, pues mientras a su tío Abd al-Karin ibn Tuda le concedió permiso para moverse libremente por la Península, a Muley Xeque y a Muley Nazar se lo negó, estando en todo momento vigilados y controlados. Además, en Carmona no solo había moriscos sino incluso musulmanes, unos esclavos y otros posiblemente libertos que acentuaban el miedo de la población cristiana a una posible revuelta.

Por cierto, dicho sea de paso, como una mera anécdota, que estando en Carmona Muley Xeque, en febrero de 1590, llegó un recaudador de impuestos para requisar cierto trigo y aceite que la Corona reclamaba, se trataba nada más y nada menos que de Miguel de Cervantes. Es casi seguro que en Carmona se produjo un encuentro entre ambos que le dejó la suficiente huella como para que luego aludiese a él en su obra.

No sabemos a ciencia cierta lo que ocurría en aquella pequeña corte mora de Carmona y probablemente nunca lleguemos a saberlo. Tenía un traductor lo que le permitía comunicarse con los ediles y responder a las misivas del Duque de Medina-Sidonia. Sin embargo, está claro que el descontento de los carmonenses por los costes de la corte mora y el temor a las consecuencias de esos contactos entre los hombres de Muley Xeque y los moriscos, aconsejaron su salida de la villa.

El concejo de Carmona deseaba su traslado a otro lugar, primero, por los altercados que provocaban y, segundo, por lo gravoso que resultaba su mantenimiento. A regañadientes seguía sufragando su mantenimiento, aunque solicitando encarecidamente tanto el abono de lo gastado como su pronta salida. El 16 de noviembre de 1589, el concejo de Carmona con el corregidor al frente escribía al Duque de Medina-Sidonia suplicándole su salida de la localidad, ante el peligro de amotinamiento de los vecinos. Al año siguiente, los ánimos no se apaciguaron porque acusaron al infante de moroso, al no pagar pese a haber recibido ciertas partidas de dinero. No tardaron en tomar la decisión de poner varias personas fuera de las murallas para que embargasen el numerario que le fuese llegando. En el cabildo del 7 de noviembre de 1590 se informaba que se habían embargado trece mil doscientos reales que habían llegado, depositándose en Pedro Rodríguez del Olmo. Sin embargo, volvió a comisionarse a los regidores Antonio Merino de Arévalo y Gerónimo Barba para que se entrevistasen con el infante. Estos pactaron que solo se le embargarían cuatro mil reales por encontrarse éste enfermo y necesitado; unos días después llegó una carta del Duque pidiendo que solo se le retuviesen tres mil reales, aplazando el resto de la deuda Lo cierto es que el dinero quedó retenido íntegramente, mientras la villa elaboraba las cuentas de lo que se debía y muy a pesar de la carta del Duque pidiendo que se le devolviese íntegro para que sirviese para sufragar los gastos de su salida de la ciudad. Entre el 4 de marzo y el 19 de abril de 1591 se produjeron acalorados debates en el cabildo, con el corregidor y el alguacil mayor a favor del desembargo íntegro de la cantidad y los jurados y algunos regidores votando en contra, pese a los reproches del Duque.

La decisión del traslado fue notificada por carta del Duque de Medina-Sidonia que trajo personalmente Pedro Altamirano, comisionado para gestionar su traslado, quien a su vez sugirió el desembargo de los 13.200 reales. El cabildo no pudo más que manifestar su alegría por la gran merced que se le concedía. En cambio, Muley Nazar permanecería en Utrera hasta que el monarca decidiese si lo dejaba volver a Magreb.

El resto de su vida es bien conocido, estuvo en Andújar dónde se convirtió al cristianismo. Luego, tras bautizarse en el Escorial vivió en Madrid, hasta que en 1609 marchó a Italia, coincidiendo con los decretos de expulsión de los Moriscos. En 1621 moría en Vigevano, siendo inhumado en su catedral.

 

EL SEGUNDO SULTÁN

Un segundo personaje del mismo nombre, Muley Xeque, estuvo en la Península unos años después, e incluso coincidieron en España algunos años. Tras la muerte del sultán Ahmad al-Mansur, tres hijos de su primera esposa, entre ellos Muley Xeque, y otro de la segunda, Muley Zidán, se disputaron el trono. Dado que este último obtuvo el apoyo de los otomanos, Muley Xeque se vio obligado a refugiarse en Larache y posteriormente en España para solicitar el apoyo de los Habsburgo. La imagen que transmitieron a Felipe III de él, no resultaba muy favorable, pues decían que solía estar borracho y que no era respetado por sus hombres, permitiéndoles sus vicios sin tienda ni castigo.

Las circunstancias eran ahora muy diferentes a las que vivió Felipe de África porque el reino de Marruecos estaba dividido y era posible pescar en aguas revueltas. Arribó a Portugal, concretamente a Villanova de Portimao desde donde se trasladó a Carmona. Ya en esos momentos hubo problemas financieros porque Juanetín Mortara le debió prestar el dinero de las cabalgaduras para hacer el traslado. Aunque pasaron por Utrera, todos llegaron hasta Carmona acompañando al saadí y luego los que debían hospedarse en la primera localidad regresaron a ella. Gabriel de Villalobos describió su llegada a la entonces villa de Carmona sevillana en los siguientes términos:

 

Reinando en España el rey don Felipe nuestro señor tercero de este nombre, entró en Carmona el rey Xarife que por otro nombre se llamaba el rey Muli Xeque con doscientos y treinta y cuatro moros y moras…”

 

Este segundo Muley Xeque, estuvo en Carmona justo ciento cuarenta días, comprendidos entre el 17 de septiembre de 1609 y el 4 de febrero de 1610. La primera referencia que encontramos en las actas capitulares anunciando la próxima llegada del saadí data del 12 de junio de 1609. En dicho cabildo, el corregidor Diego Flores del Carpio dio lectura a una carta del Duque de Medina-Sidonia por la que ordenaba sin réplica ninguna, obtener por vía de empréstito las camas, ropas, colgaduras y adornos del alcázar para hospedar a Muley Xeque y su gente.

Sin duda, don Felipe de África debió tener noticias de la llegada de este nuevo aspirante al trono de Fez del que él había sido el más legítimo aspirante y al que había renunciado con su conversión. Es posible que esta incómoda presencia también reafirmara su decisión de marchar a Italia. Sin embargo, este nuevo Muley no iba a permanecer mucho tiempo en España pues su idea siempre fue la de recabar el apoyo de España y retornar a su reino, donde pensaba que se le sumarían leales. A cambio de la ayuda española prometió entregarles nada más y nada menos que Larache, una plaza norteafricana ambicionada desde hacía décadas por españoles y portugueses. Un señuelo muy apetitoso que iba a decantar la balanza a su favor.

Los gastos fueron mucho menores que los que generó Felipe de África, entre otras cosas porque su estancia fue mucho más corta. Además, los arreglos en el alcázar fueron menores, pues se habían reparado con motivo de la estancia del Príncipe Negro. No obstante, hubo que volver a reparar las ventanas y las puertas y conseguir como adornos nuevas colgaduras, camas y ropas para las mismas. Para dicho efecto se comisionó al propio teniente de alcaide, Diego de la isla Ruiseco, y al regidor Antonio Barba para que las consiguiesen. Pero dado que hubo dificultades para comprarlas o alquilarlas se envió a Sevilla al regidor Juan Tamariz de Góngora para que las obtuviese en Sevilla. El descontento de la población por esta nueva carga económica fue tal que el Duque de Medina-Sidonia compelió al cabildo en junio de 1609 para que cumpliesen con lo ordenado, “considerando el servicio que a su Majestad se le hace en el hospedaje de Muley Xeque”.

Pese a todo, los gastos superaron ampliamente los cinco millones de maravedís, parte de cuya cuantía todavía reclamaba el corregidor de Carmona en 1618. Solo en alimentos para el mantenimiento del príncipe y su corte declaró el corregidor haber pagado a Gabriel de Villalobos ciento cincuenta mil reales, a razón de mil y pico reales diarios.

Pero a diferencia de don Felipe de África, el Muley Xeque mostraba un deseo inquebrantable de regresar a su tierra y las autoridades españoles querían permitírselo ante el temor de la coincidencia de su estancia con la expulsión de los moriscos. A cambio de doscientos mil ducados, seis mil arcabuces y la ayuda hispana, prometió la entrega de la anhelada plaza de Larache

En junio de 1610 el príncipe saadí estaba en Marruecos autoproclamándose sultán de Fez. Pocos meses después, exactamente el 21 de noviembre cumplió a regañadientes su promesa y entregó a las autoridades españolas la plaza de Larache. Y digo que lo hizo a regañadientes porque sabía de las consecuencias que eso podía acarrearle en lo relativo a su reputación con sus súbditos. El imperio Habsburgo obtenía así una plaza clave y que, tras fortificarla, mantendría en su poder hasta finales del siglo XVIII.

Pocos años después, en 1614 se ocuparía la Mámora. Sin embargo, el destino del príncipe de Fez sería trágico porque sus propios súbditos jamás le perdonaron su traición, al entregar a España dicha plaza. Fue una verdadera humillación para los musulmanes que condenó al Muley Xeque a una muerte segura. Se desató una verdadera guerra santa contra él, porque muchos interpretaron que había entregado la llave de Berbería, profanando las reliquias de los santos del Alcorán que allí estaban enterrados. Así, “aborrecido de los suyos fue muerto con desprecio”, siendo sucedido en el trono por su hijo Muley Abdalá. Desaparecía así el mejor rey para los cristianos el mismo que entregó la largamente ansiada plaza de Larache y el peor para los musulmanes. A diferencia del primer Muley Xeque, él siempre aspiró a regresar a su tierra, manteniendo sus aspiraciones al trono. Sin embargo, la entrega de la plaza de Larache le costó la enemistad irreconciliable de los suyos y la muerte.

Finalmente advertir de la existencia de numerosos casos de príncipes de Fez conversos que recibieron el nombre de Don Felipe de África. Además de los protagonistas de este artículo, hemos de citar al príncipe Muley Hamet que el 16 de octubre de 1636 se bautizó con el nombre de don Felipe de África, por el posible padrinazgo del rey Felipe IV. Hay noticias de otro príncipe tunecino que llegó a España en torno a 1633 y que también fue bautizado como don Felipe de África.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

ALONSO ACERO, B., Orán y Mazalquivir en la política Norteafricana de España, 1589-1639. Madrid, Universidad Complutense, 2003.

 

ALONSO ACERO, B., Sultanes de Berbería en tierras de la cristiandad. Exilio musulmán, conversión y asimilación en la Monarquía hispánica (siglos XVI y XVII). Barcelona, Bellaterra, 2006.

 

BONSOR, J., “Muley Xeque”, Memorias de la Sociedad Arqueológica de Carmona, 1887, pp. 207-215. Publicado en http://www.bibliotecavirtualdeandalucía.es/

 

BUNES IBARRA, M. Á. de, La imagen de los musulmanes y del norte de África en la España de los siglos XVI y XVII. Los caracteres de una hostilidad. Madrid, C.S.I.C., 1989.

 

BUNES IBARRA, M. Á., ALONSO ACERO, B., “Estudio preliminar” a OLIVER ASÍN, J., Vida de Don Felipe de África, príncipe de Fez y Marruecos (1566-1621). Granada, Universidad, 2008.

 

GARCÍA-ARENAL, M., RODRÍGUEZ MEDIANO, F. y EL HOUR, R., Cartas Marruecas. Documentos de Marruecos en Archivos Españoles (Siglos XVI-XVII). Madrid, C.S.I.C., 2002.

 

MIRA CABALLOS, E.: “Muley Xeque: conversión, integración y decepción del príncipe de los moriscos”, Actas del II Congreso Internacional descendientes de los andalusíes moriscos, Ojós, 2015, pp. 189-212.

 

OLIVER ASÍN, J., Vida de Don Felipe de África, príncipe de Fez y Marruecos (1566-1621). Granada, Universidad, 1955 (reed. de 2008).

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

 

(*) Artículo publicado en la Revista Carmona y su Virgen de Gracia. Carmona, 2015, pp. 81-86

LA OTRA CARA DE LA SEVILLA IMPERIAL: POBRES, PÍCAROS Y PROSTITUTAS

LA OTRA CARA DE LA SEVILLA IMPERIAL:  POBRES, PÍCAROS Y PROSTITUTAS

        Desde que en 1503 la Casa de la Contratación se estableciera en Sevilla, ésta se convirtió en “el puerto y la puerta de Indias”. A la sombra del comercio y de la navegación indiana Sevilla se convirtió en la gran metrópolis del sur, en la ciudad más poblada y rica de España. No tardaron en instalarse importantes colonias de extranjeros: genoveses, venecianos, flamencos, alemanes y portugueses, entre otros, buscando la rentabilidad y los negocios del mundo indiano.

         Sin embargo, siempre se destacan las luces de la Sevilla imperial, pero rara vez se narran sus miserias. Junto a esos burgueses y nobles que se enriquecieron, proliferó también un extenso mundo del hampa y la miseria. La Sevilla del quinientos no solo atraía a comerciantes europeos, obispos armenios, sultanes magrebíes y nobles amerindios sino también a todo tipo de pícaros, rufianes, vagos, mendigos y prostitutas que buscaban también una forma de ganarse la vida.

         Había una pobreza vergonzante, casi sorda porque apenas se veía. Miles de pobres que padecían miseria y hambre y por cuestiones sociales apenas se dejaban oír. Entre ellos, hay que incluir a las profesas de algunos de los muchos conventos que vivían de la caridad y en cuyas clausuras se practicaban con frecuencia dietas forzadas. Las desesperadas peticiones de las abadesas al concejo para que les concediesen del pósito algunas fanegas de trigo para comer son una constante en la Sevilla Moderna. Cuando llegaban las crisis cerealísticas lo pasaban mal hasta los pudientes, mientras que los pobres quedaban en un total desamparo. Según Ortiz de Zúñiga en 1552 se vivió en la ciudad tal carestía de alimentos que más de quinientos mendigos murieron en sus calles de inanición y de enfermedades.

         Pero junto a esta pobreza vergonzante estaba el extenso mundo del hampa: mendigos, vividores, pícaros, pedigüeños y delincuentes que llegaban a Sevilla desde todos los puntos de España en busca de oportunidades. Cientos de truhanes merodeaban por las Gradas, la Casa de la Contratación, el Arenal, las mancebías y las puertas de las iglesias en busca de alguien a quien convencer o extorsionar para que les ofreciese algunas monedas.

         También la prostitución adquirió una extraordinaria magnitud en la Sevilla Imperial. Muchas mujeres trabajaban en las mancebías públicas mientras que otras ejercían la prostitución callejera. El concejo regulaba y permitía los prostíbulos, al tiempo que perseguía su práctica en los espacios públicos. Y ello por dos motivos: primero, para evitar escándalos públicos y, segundo, para tratar de controlar la transmisión de enfermedades ya que en las mancebías se les hacía a las mujeres exámenes médicos periódicos. Para ejercer en la mancebía las aspirantes debían cumplir una serie de requisitos: tener doce años cumplidos, ser huérfana o abandonada, haber perdido la virginidad y estar sana. Muchas de las que no cumplían los requisitos o estaban enfermas salían a vender su cuerpo directamente a las principales calles, como la Cestería, la Carretería, o el barrio de Triana. Por eso no tiene nada de extraño que la grandeza de Sevilla corra paralela a la dramática difusión de la sífilis, que avanzada la centuria adquirió tintes de epidemia.

         Fruto de la caridad de algunos, a comienzos del siglo XVI, se fundó en Sevilla el Convento de Nombre de Jesús y casa de la Aprobación que acogía a prostitutas arrepentidas. Sin embargo, dado que vivían de la caridad sus profesas padecían unas estrecheces tales que era todo un disuasorio para las aspirantes. Incluso algunas decidieron colgar los hábitos y volver a ejercitar la profesión más antigua del mundo, menos decorosa pero más lucrativa. Casos muy paradójicos de estas mujeres que pasaban de la calle al cenobio y viceversa.

         Evidentemente, dentro del mundo de la prostitución las remuneraciones eran muy diferentes. Una mujer joven, atractiva y sana podía sacar cuatro o cinco ducados diarios -1.875 maravedís-, es decir, una verdadera fortuna, mientras que una mujer más mayor, menos agraciada o ambas cosas a la vez apenas sacaba tres o cuatro maravedís. Miguel de Cervantes en “El rufián viudo”, menciona a la Pericona, una prostituta de 56 años, desdentada, con el pelo cano y con sífilis, que se ataviaba con dentadura, gruesos afeites y tintes, pareciendo que tenía 30 años. Una mujer con oficio que llevaba ejerciendo la prostitución décadas y que sabía cómo ganarse la vida. La evolución de la prostitución en Sevilla adquirió tal magnitud que en 1601 se estimaba que había unas 3.000, algunas ejerciendo en las mancebías pero la mayoría en la calle.

Este mundo del hampa también forma parte de la historia de la Sevilla del Quinientos. Una gran ciudad con sus luces y con sus sombras. Grandes fortunas junto a grandes miserias; unos pocos afortunados y una mayoría de personas con poquísimos recursos, además de una extensa gama de expósitos, mendigos, vividores, prostitutas. Nuevamente, me sorprenden dos cosas: una, la tragedia que se masca detrás de la apariencia de grandeza de la Sevilla Imperial. A fin de cuentas, lo mismo los pobres de solemnidad que las prostitutas no eran más que víctimas del naciente sistema capitalista y de la imparable globalización. Y otra, las similitudes con muchas de las situaciones que todavía se viven en pleno siglo XXI. Es lamentable lo poco que hemos evolucionado éticamente los seres humanos.

 

PARA SABER MÁS

 

CARMONA GARCÍA, Juan Ignacio: “El extenso mundo de la pobreza: la otra cara de la Sevilla Imperial”. Sevilla, Universidad, 1993.

 

MORALES PADRÓN, Francisco: “La Sevilla del Quinientos”. Sevilla, Universidad, 1977.

 

PIKE, Ruth: “Aristócratas y comerciantes. La sociedad sevillana en el siglo XVI”. Barcelona, Ariel, 1978.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

LOS PREPARATIVOS EN SEVILLA DE LA GRAN ARMADA OVANDINA, 1501-1502

LOS PREPARATIVOS EN SEVILLA DE LA GRAN ARMADA   OVANDINA, 1501-1502

        En 1501 se tomaron dos decisiones muy relevantes: una, el nombramiento de Nicolás de Ovando como gobernador de las Indias, y otra, la designación de Gonzalo Gómez de Cervantes, como máxima autoridad de los asuntos indianos, mientras durase la estancia de Juan Rodríguez de Fonseca, entonces obispo de Córdoba, en Flandes, que se prolongaría finalmente hasta 1504. Como es bien sabido, dicho prelado había estado a cargo de los asuntos indianos desde mayo de 1493 pero, en 1501, dejó provisionalmente su puesto a Gómez de Cervantes, Comendador de la Orden de Calatrava, corregidor y justicia mayor de la ciudad de Jerez de la Frontera quien, además, estaba emparentado con el prelado, por lo que gozaba de su total confianza1. Era hijo de Juan de Ayala, alguacil mayor de Toledo, y de María de Cervantes, hermana del cardenal arzobispo Juan de Cervantes. No sólo era una persona del entorno fonsequista sino también un reconocido servidor de la Corona, pues había ayudado a afianzar de forma decisiva la reforma isabelina de los concejos. El 12 de julio de 1501, se le encomendó el apresto y supervisión de la gran flota ovandina, siendo su actividad frenética hasta el despacho de la escuadra en febrero de 15022. Bien es cierto, que su autoridad se extendía a la supervisión de cuantas expediciones partiesen para las Indias, como la de Alonso de Ojeda en 1501 o la del propio Cristóbal Colón en 15023.

         Es posible que parte del trigo para la elaboración del bizcocho de la flota, saliese de la comarca jerezana, al igual que había ocurrido en el segundo viaje de Colón y en otras armadas aprestadas en aquellos tiempos4. Según Giménez Fernández, era una persona honrada pero inepta lo que le convirtió en un títere del converso Gimeno de Briviesca5. Sin embargo, no he encontrado ni un solo indicio que me lleve a esa conclusión y, en cambio, sí que parece obvio que se convirtió en el primer factor encargado de apoyar la navegación ultramarina, algo así como el primer funcionario del comercio indiano, antes incluso del surgimiento del superministerio de la Casa de la Contratación6. De hecho, Diego Ortiz de Zúñiga justificó la creación de esta última institución en el hecho de que el aumento grande de las cosas de las Indias había provocado que fuese inasumible por una sola persona7. Su sede en Sevilla, estuvo bien meditada, primero, por la excelente protección que este puerto interior brindaba frente a los corsarios y, segundo, por su larga tradición mercantil8.

         Lo cierto es que se delegaron en él los siguientes cometidos, a saber: en primer lugar, el apresto de la armada, contratando fletes con armadores y maestres. En segundo lugar, la supervisión, autorización y asiento de todos los pasajeros en un libro9. Y en tercer lugar, la recluta de oficiales para la construcción de las fortalezas así como la adquisición de artillería y pertrechos tanto para la armada como para las construcciones defensivas de la isla10. Gómez de Cervantes, que vivió a caballo entre Sevilla y Jerez, se desposó con Francisca de Las Casas, procreando siete hijos, cinco mujeres y dos hombres: Juana de Cervantes, monja en el convento de Santa Clara de Sevilla, Beatriz de Cervantes, Aldonza de Cervantes, Catalina de Cervantes, Francisca de Casaus, Francisco de Cervantes y Juan de Cervantes11.

         El corregidor de Jerez estuvo asistido en todo momento por otros fonsequistas, a saber: el ya citado Gimeno de Briviesca, el doctor Sancho de Matienzo y el escribano real Gaspar de Gricio. El primero, era contador de los gastos de armada y tenía, además, facultad para nombrar un delegado en Cádiz. Asimismo, poseía el título de alférez mayor, siendo miembro del Consejo y asistente de Sevilla. Según Manuel Giménez Fernández, había cometido cohechos de forma reiterada desde 149312. En 1501, recibió la orden de entender en el apresto de los navíos, pero siempre bajo las órdenes del corregidor de Jerez13. Incluso, adelantó dineros propios que después le devolvió el tesorero Alonso de Morales. Por éste y otros méritos, en 1503, fue designado contador de la Casa de la Contratación, con un sueldo inicial de 68.000 maravedís anuales, ampliado al año siguiente hasta los 80.00014. El segundo, fue el tesorero de origen burgalés –de Villasana de Mena- que confeccionó el libro de armada en el que se enumeraba minuciosamente todo lo gastado en su apresto, así como el listado de embarcados. Finalmente, a partir de 1503 fue designado tesorero de la Casa de la Contratación, con unas atribuciones que más o menos desempeñaba antes de la constitución de la misma. Y el tercero, era secretario real para los asuntos indianos y poco después escribano mayor de las rentas reales de Indias, cargo que continuaron ostentando sus descendientes. Todos los despachos relativos a las Indias debían pasar por sus manos hasta su fallecimiento, en 1507, momento en el que fue sustituido en el cargo por Lope de Conchillos15.

         Otras personas colaboraron también en su despacho, como el alguacil de la Corte, Andrés Ruberto, que ayudo a agilizar los problemas de última hora al menos desde principios de 150216. También Juan de Silva, conde de Cifuentes y asistente de Sevilla, que se encargó de buscar el numerario que faltaban para terminar de ultimarla. Con el dinero en la mano pudo formalizar, el 1 de octubre de 1501, un nuevo contrato de mejora con los maestres con los que se había establecido inicialmente el flete17. No obstante, para el asistente de Sevilla, como para las demás autoridades, la flota de Ovando era una cuestión más de las que debía ocuparse, pues debía atender a otros asuntos, incluso de mayor relevancia, como la rebelión de los mudéjares en la Alpujarra granadina18.

         Como veremos en las líneas siguientes, la Corona se empeñó en preparar la flota minuciosamente, procurando la mayor celeridad posible. En esos momentos los problemas eran muchos: primero, porque desde 1501 se encadenaron una serie de malas cosechas que provocaron una larga hambruna en Castilla que se prolongó hasta 150819. Pese a la carestía de grano, la escuadra pudo ser bien aprovisionada de alimentos. Y segundo, porque los costes de su despacho, pese a ser una empresa mixta, superaban en esos momentos la capacidad económica de la Corona. De ahí que el 31 de octubre de 1501, como ya hemos afirmado, encargase al conde de Cifuentes que buscase 130.000 maravedís prestados que se necesitaban para acabar de pertrecharla20.

         El control de los emigrantes, que desde 1503 estuvo en manos de la Casa de la Contratación, recayó en los oficiales encargados de su gestión, es decir, en Gómez de Cervantes, Gimeno de Briviesca y el conde de Cifuentes21. También el propio Ovando debió tener alguna responsabilidad en la selección del pasaje, pues recibió instrucciones para que no consintiese el embarque de herejes, conversos y judíos ya que podrían dificultar la evangelización de los naturales22. Pero eso era solo teoría porque, en la práctica, todos ellos pasaron sin demasiada dificultad, primero, porque algunos de los que debían controlarlos como, Gimeno de Briviesca, tenían orígenes conversos. Y segundo, porque la vigilancia no fue exhaustiva y se admitió prácticamente a todo aquel que manifestó su voluntad de embarcar. De hecho, entre los pasajeros figuran miembros de conocidas familias de conversos, como Rodrigo de Alcázar, Juan de Esquivel o los hermanos Bernardino, Antonio y Cristóbal de Santa Clara, así como numerosos extranjeros. Y es que en las nuevas colonias existían más posibilidades de escapar a las miradas censoras de la Inquisición, aunque décadas después se implantase en las Indias el Santo Tribunal.

         A finales de 1501, los Reyes se encontraban realmente impacientes por despachar la flota cuanto antes. Y tenían razones para estarlo, pues habían llegado preocupantes noticias sobre los progresos y descubrimientos que estaban haciendo los portugueses. Mientras Vasco de Gama hacía varios años que había alcanzado la India, Pedro Alvares Cabral había recorrido, en abril de 1500, una parte de la costa brasileña, que llamó terra da Vera Cruz23. Y para colmo Américo Vespucio, financiado por la corona lusa, había zarpado a mediados del mayo de 1501, para seguir navegando la costa de Brasil hacia el sur, buscando un estrecho que le permitiese llegar a las Molucas24. Y aunque a su regreso ya había zarpado Ovando, las noticias parecían inquietantes. Urgía a los Reyes Católicos acelerar los planes expansivos de la corona de Castilla. Por ello, se volvió a apremiar tanto a Gómez de Cervantes como al propio Ovando para que agilizasen su despacho. La Corona habría querido que ésta zarpase antes de finalizar 1501, pero la mayor parte de los expedicionarios decidieron que no saldrían hasta los últimos días de enero o principios de febrero. El 15 de enero de 1502 estaba toda la flota agrupada en el puerto de Sanlúcar de Barrameda, dispuesta para el desatraque25. El propio gobernador, el 27 de enero de ese año, otorgó su testamento a bordo de la capitana Santa María de la Antigua, señal inequívoca de que estaba todo preparado y de que la partida era inminente26. Sin embargo, todavía tardarían dos semanas en levantar anclas, a pesar de que la Corona continuaban insistiendo en el perjuicio que se causaba en las mercancías perecederas, compeliendo al gobernador a zarpar con las naves que estuviesen aparejadas, sin esperar al resto, al tiempo que disponía multas de 10.000 maravedís a todos los que se mostrasen remisos al embarque27. Por ese motivo, Nicolás de Ovando salió con el grueso de la flota a primera hora de la mañana del 13 de febrero de 150228, mientras que siete días después, exactamente el 20 de febrero, zarparon los barcos donde viajaban Luis de Arriaga y sus supuestas familias de labradores29.

         La escuadra debió ser despedida en el puerto de Sanlúcar con música y festejos, como se acostumbraba a hacer con motivo de estas efemérides. Y es que difícilmente pudo pasar desapercibida una armada como ésta, en una Sevilla que, pese a ser la cabecera del comercio ultramarino, apenas disponía de 60.000 o de 70.000 almas30.

         La mayor parte de la escuadra se preparó en el puerto de Sevilla, donde el bullicio, desde finales de 1501 hasta febrero de 1502, debió ser desmedido. Unos pasajeros redactando sus escrituras de última voluntad, otros otorgando poderes o vendiendo propiedades para obtener liquidez, otros simplemente orando ante alguna imagen devota, como la Virgen de la Antigua de la Catedral de Sevilla, rogando por su buena ventura y, finalmente, otros ultimando la gestión de sus pasajes con alguno de los maestres que participaban en la jornada o solicitando préstamos para comprar mercancías. Señores de naos que apresuradamente contrataban seguros con alguno de los prestamistas genoveses o castellanos afincados en Sevilla, maestres que ordenaban los últimos retoques en el calafateo de sus naves y contramaestre que supervisaban la estiba. Cientos de arrieros, mercaderes, tratantes, banqueros, prestamistas particulares, artesanos de aquí para allá aprovisionando los barcos, aprovechando la menor oportunidad de negocio. Una actividad frenética como quizás nunca se había visto en Sevilla y que se repetirá algo más de una década después cuando se apreste la armada de Tierra Firme, del gobernador segoviano Pedrarias Dávila. Sin embargo, es importante destacar que algunos barcos se cargaron en el puerto de Sanlúcar y recibieron autorización para permanecer allí hasta la partida, desplazándose hasta dicha villa los escribanos para tomar nota de todo lo embarcado31. Por tanto, quede claro que el grueso de la armada se aprestó en Sevilla, pero que una pequeña parte de ella lo hizo en Sanlúcar de Barrameda.

 

PARA SABER MÁS:

 

MIRA CABALLOS, Esteban: “La gran armada colonizadora de Nicolás de Ovando, 1501-1502”. Santo Domingo, Academia Dominicana de la Historia, 2014.

 

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

(*) Si algún lector está interesado en conseguir el libro, puede escribir a mi email: Caballoss1@gmail.com.

 

NOTAS


1 Esta cuestión ha sido extensamente analizada por SAGARRA GAMAZO, Adelaida: La otra versión de la historia indiana: Colón y Fonseca. Valladolid, Universidad, 1997, P. 63.

 

2 CODOIN, Serie 1ª, T. 38, pp. 491-493. El 8 de junio de 1501 todavía había firmado la capitulación con Alonso de Ojeda Juan Rodríguez de Fonseca, aunque menos de un mes después ya ocupaba su cargo Gómez de Cervantes.

 

3 En la capitulación de Vicente Yáñez Pinzón, otorgada en Alcalá de Henares el 5 de septiembre de 1501, se le pidió que, antes de zarpar, compareciera ante Gonzalo Gómez de Cervantes y Gimeno de Briviesca para que supervisasen el cargamento. VAS MINGO: Ob. Cit., p. 133.

 

4 Todavía el 19 de agosto de 1503 se estaba pagando a distintos vecinos de Jerez los cahices que dieron para el bizcocho de la segunda expedición de Colón, en presencia de Gómez de Cervantes. MUÑOZ Y GÓMEZ, Agustín: “Los jerezanos y el segundo viaje de Colón. Datos inéditos”. Boletín de la RAH, T. XII. Madrid, 1888, pp. 425-432. A Jerez se recurría cada vez que había una necesidad extraordinaria, como ocurrió en la sublevación mudéjar de 1500-1501. BELLO LEÓN, Juan Manuel: “Las milicias andaluzas en la sublevación mudéjar de 1500 y 1501”, Historia, Instituciones y Documentos Nº 37. Sevilla, 2010, pp. 48-49.

 

5 GIMÉNEZ FERNÁNDEZ: Ob. Cit., T. II, p. 593.

 

6 Dada la progresiva complejidad de la navegación y del comercio con las Indias, este órgano unipersonal y provisional no tardó en convertirse en una institución burocrática permanente. CERVERA PERY, José: La Casa de la Contratación y el Consejo de Indias (las2 razones de un superministerio). Madrid, Ministerio de Defensa, 1997, p. 28 y 34.

 

7 ORTIZ DE ZÚÑIGA, Diego: Anales Eclesiásticos y Seculares de la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla, T. III. MADRID, Imprenta Real, 1796 (ed. facsímil de 1988), p. 190.

 

8 CERVERA PERY: Ob. Cit., p. 46.

 

9 Real Cédula a Gonzalo Gómez, Granada, 17 de agosto de 1501. CODOIN, Serie 1ª, T. 38, pp. 509-510. También en Cedulario T. I, p. 392.

 

10 Real Cédula a Gonzalo Gómez de Cervantes, Granada, 16 de septiembre de 1501. CODOIN, serie 1ª, T. 31, pp. 29-30.

 

11 GIMÉNEZ FERNÁNDEZ: Ob. Cit., T. II, p. 593. Según Diego Ortiz de Zúñiga, el matrimonio solo procreó dos hijos: Juan de Ayala, llamado igual que su abuelo, y Juana de Ayala, fundadora del convento de monjas concepcionistas de Nuestra Señora del Socorro. ORTIZ DE ZÚÑIGA: Ob. Cit., T. III, pp. 329-330.

 

12 GIMÉNEZ FERNÁNDEZ: Ob. Cit., T. II, p. 593.

 

13 Asimismo, en esa misma carta se le autorizó a colocar un oficial en Cádiz, durante todo el tiempo que estuviese en Sevilla entendiendo en el apresto de los barcos de la armada ovandina. Carta a Gimeno de Briviesca, Castro del Río, 31 de octubre de 1501. AGI, INDIFERENTE GENERAL 418, L. 1, fol. 66r. Cedulario, T. II, p. 75.

 

14 Aunque en la documentación oficial aparece nombrado como escribano, debe tratarse de una cuestión terminológica porque hacia las funciones de contador y así se le considera. LADERO QUESADA, Miguel Ángel: Las Indias de Castilla en sus primeros años. Cuentas de la Casa de la Contratación (1503-1521). Madrid, Dyquinson, 2008, p. 276. En 1505 le sucedió en el cargo el también fonsequista Juan López de Recalde.

 

15 THOMAS, Hugh: Quién es quién de los conquistadores. Barcelona, Salvat, 2001, p. 373.

 

16 Real cédula a Andrés Ruberto, Sevilla, 15 de enero de 1502. AGI, INDIFERENTE GENERAL 418, L. 1, fol. 77v. Colección Documental del Descubrimiento, T. III, pp. 1410-1411.

 

17 Véase el apéndice documental.

 

18 De hecho, el 15 de febrero de 1501 estaba ocupado en el envío de las tropas concejiles de Sevilla para sofocar la rebelión de los mudéjares. BELLO LEÓN: Ob. Cit., p. 23.

 

19 RÍO MORENO, Justo Lucas del: Los inicios de la agricultura europea en el Nuevo Mundo. Sevilla, ASAJA, 1991, p. 33.

 

20 El dinero debió ser suficiente porque por una orden del uno de agosto de 1503 se compelió a Gómez de Cervantes a que entregara al tesorero Sancho de Matienzo, el dinero que había sobrado del apresto de la armada ovandina. AGI, INDIFERENTE GENERAL 418, L. 1, fol. 114v. Cedulario, T. II, p. 189.

 

21 Como es de sobra conocido, esta institución recibió el encargo, desde principios del siglo XVI, de controlar el flujo migratorio con las colonias. Más concretamente, en 1509 se le ordenó que registrase a todos los viajeros, asentando qué es cada uno y de qué oficio y manera ha vivido y enviando esta información al gobernador u oficiales de las distintas regiones indianas para que vigilasen que estas personas continuaban en sus lugares de destino ejerciendo el oficio que tradicionalmente habían practicado en la Península. Real Cédula a los oficiales de la Casa de la Contratación, Valladolid, 14 de noviembre de 1509. AGI, Contratación 5089, fols. 32v-33v. CODOIN, Serie 1ª, T. XXXI, pp. 506-513. Y Serie 2ª, T. II, fols. 187-193.

 

22 La cláusula en cuestión decía lo siguiente: Ítem, por cuanto nos con mucho cuidado habemos (sic)de procurar la conversión de los indios a nuestra Santa fe católica, y si allá fuesen personas sospechosas en la fe a la dicha conversión podrían dar algún impedimento, no consentiréis ni daréis lugar que allá vayan moros, ni judíos, ni herejes, ni reconciliados, ni personas nuevamente convertidas a nuestra fe, salvo si fueren esclavos negros o otros esclavos que hayan nacido en poder de cristianos nuestros súbditos e naturales. Instrucciones dadas a Nicolás de Ovando, Granada 16 de septiembre de 1501. AGI, INDIFERENTE GENERAL 418, L. 1, fols. 39r-42v. Cedulario, T. II, pp. 61-66.

 

23 VERLINDEN, Charles y Florentino PÉREZ-EMBID: Cristóbal Colón y el descubrimiento de América. Madrid, Rialp, 1967, pp. 150-151.

 

24 Ibídem, pp. 153-154.

 

25 Ese día se ordenó a Andrés Roberto, alguacil de la corte, que acudiese allí a agilizar la partida, Sevilla, 15 de enero de 1502. AGI, INDIFERENTE GENERAL 418, L. 1, fol. 77v. Cedulario, T. II, p. 118.

 

26 Según Eugenio Escobar, que cita un documento de la Biblioteca Provincial de Cáceres, afirma que el 27 de enero de 1502, estando a bordo de la capitana, estableció sus últimas voluntades, fundando una capellanía en el convento de San Benito de Alcántara. La fundación debió de estar bien dotada económicamente pues dispuso nada menos que seis misas semanales por su alma. ESCOBAR PRIETO, Eugenio: Hijos ilustres de la villa de Brozas. Cáceres, Ayuntamiento de Brozas, 1961, p. 34. Muchos pasajeros más otorgaron su escritura de última voluntad, entre ellos Juan Caro, Luis de Ávila, Alonso de Vargas y Francisco Pomareda. Véase el apéndice I.

 

27 Real Cédula a Nicolás de Ovando, Sevilla, 2 de febrero de 1502. AGI, INDIFERENTE GENERAL 418, L. 1, fol. 78r. Cedulario, T. II, p. 120. Cit. en PEREZ DE TUDELA: La quiebra de la factoría, p. 245.

 

28 ORTEGA: Ob. Cit., T. II, p. 317. ORTÍ BELMONTE: Ob. Cit., p. 15. PÉREZ DE TUDELA: La quiebra de la factoría, p. 245. Alice Gould retrasa su salida dos días, exactamente hasta el 15 de febrero de 1502 GOULD, Alice B.: Nueva lista documentada de los tripulantes de Colón en 1492. Madrid, Editorial Orión, 1984, p. 227.

 

29 Véase el apéndice documental.

 

30 DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: Orto y ocaso de Sevilla. Sevilla, Universidad, 1991, p. 71.

 

31 Real Cédula a Gómez de Cervantes, Jerez de la Frontera, 11 de noviembre de 1501. AGI, INDIFERENTE GENERAL 418, L. 1, fols. 68r. Santo Domingo en los manuscrito, p. 31. Cedulario, T. II, p. 83. Cit. en PÉREZ DE TUDELA: La quiebra de la factoría, p. 244.

 

LA ESPADAÑA

LA ESPADAÑA

La Espadaña, Revista de la hermandad de la Soledad de Alcalá del Río, Nº 4, de enero de 2015

 

Amablemente me han enviado a mi domicilio el último número del boletín de la hermandad de la Soledad de Alcalá del Río. La revista la edita el grupo de investigación histórica de la hermandad, encabezado Por María Soledad Garrido Velázquez y Mariano Velázquez Romero. De nuevo me ha sorprendido la cantidad y la calidad de los artículos. En la búsqueda de información sobre su querida cofradía han acudido a todo tipo de repositorios, accediendo a fototecas universitarias, archivos diocesanos o a colecciones internacionales, como la Bodleian Library de la Universidad de Oxford en el Reino Unido. Si en vez de ser el grupo de investigación de la hermandad de la Soledad de Alcalá del Río, fueran el equipo que busca los restos de Miguel de Cervantes o la capital de los Tartessos ya los habían encontrado, seguro.

Algunos artículos de este número son muy interesantes como el que firma Amparo Rodríguez Babío sobre el arca de las tres llaves donde se solían custodiar los documentos en el pasado. Aunque la autora alude solo a las cofradías, objeto de su artículo, también los concejos, audiencias, hospitales, congregaciones, etcétera disponían de una similar.

Ahora bien, el texto más interesante es el que firma María Soledad Garrido Velázquez, titulado “La regla de la cofradía de los Caballeros de la Asunción de Sevilla”. Fechada en 1533, regulaba una institución cerrada en la que solo podían ingresar los nobles e hidalgos de Sevilla. Al parecer fundada por doscientos caballeros ilustres de Castilla, reunía en ella a lo más granado de la nobleza sevillana. Tenía su sede y hospital en la antigua calle Castro de Sevilla, hasta su desaparición con motivo de la reducción de hospitales decretada el 27 de enero de 1587. Por cierto que organizaban anualmente en agosto una procesión solemne con la Virgen de la Asunción de los Reyes que todavía hoy, casi medio milenio después se sigue celebrando.

Otros trabajos diversos firmados por Juan Carlos Martínez Amores, Luis Alba Medinilla, José Miguel Aragón Martín, Ignacio Montaño Jiménez y Mariano Velázquez Romero, completan como siempre un nuevo número, plagado de novedades obtenidas a pie de archivo. Mi más sincera enhorabuena los miembros de este brillante equipo de investigación histórica. Quizás deberían superar el marco de su propia hermandad y pasar a estudios más completos referidos globalmente a la devoción popular en Alcalá del Río, o por qué no, a todo el reino de Sevilla.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS

NOTICIAS INÉDITAS SOBRE EL ALCÁZAR DE PEDRO I DE CARMONA

NOTICIAS INÉDITAS SOBRE EL ALCÁZAR  DE PEDRO I DE CARMONA

          Históricamente hubo en Carmona tres alcázares, a saber: el del rey don Pedro I –también conocido como de Arriba, Real o de la puerta de Marchena-, el de la Puerta de Sevilla o de Abajo y el de la Reina o de la Puerta de Córdoba. Este último fue mandado demoler por Isabel de Castilla en octubre de 1478, a petición del regimiento de la entonces villa de Carmona, desapareciendo para siempre. De los otros dos alcázares, es decir, el de Arriba y el de Abajo, solo han llegado a nuestros días algunos restos.

El alcázar de Pedro I, situado en el lugar más elevado de la localidad, justo al borde del alcor, fue el más suntuoso de los tres, mandado construir por Ibrahim B. Hayyay en el siglo X y sirviendo de residencia oficial al rey taifa de Carmona. En el siglo XIV fue ennoblecido por el rey Pedro I, quien mandó traer a Carmona a algunos de los alarifes y arquitectos que por aquel entonces laboraban en su alcázar de Sevilla. Los Reyes Católicos, en el siglo XV, terminaron de embellecerlo, ordenando la creación de una serie icónica de los reyes peninsulares. Asimismo, sufragaron la construcción de una singular avanzadilla defensiva en la zona noroeste, conocida como el cubete, obra del afamado ingeniero militar Francisco Ramírez de Madrid. Éste se comunicaba con el recinto amurallado a través de una escalera de espiral y su objetivo era la defensa del alcázar de posibles ataques internos de la villa, protagonizados por el alcaide del alcázar de Abajo.

Nada hacía sospechar entonces que esta majestuosa fortaleza, que alcanzó su esplendor en los siglos XIV y XV, iba a entrar en una triste agonía a partir de 1504. Dos hechos fatales se congraciaron en este año, a saber: la devastación que provocó el terremoto de Carmona de 1504, de la que nunca se llegó a recuperar totalmente, y la muerte de Isabel la Católica, la última soberana que veló por su conservación, e incluso, por su engrandecimiento. Frente a lo que se ha afirmado tradicionalmente, no fue el terremoto de Lisboa de 1755 el que lo arruinó, pues ya estaba abandonado a su suerte a mediados del siglo XVII.

Aunque conserva algunas cimentaciones y materiales de acarreo romanos, lo esencial de la construcción es plenamente medieval. Esta fortaleza inexpugnable fue construida en época almohade y, posteriormente, restaurada y engrandecida por Pedro I, quien pasó algunas temporadas en él, junto a su familia. Al parecer, construyó dentro de sus murallas un palacio que era réplica del que poseía en el alcázar de Sevilla.

           Teníamos algunas descripciones recogidas por la historiografía local, que empiezan en el siglo XVII con la obra del padre Arellano, quien describió los tres alcázares, aunque haciendo un especial hincapié en el de Arriba, así como en el cinturón amurallado que defendía la ciudad, reforzado con 118 torres. Más detalles nos proporcionaron tanto el Curioso Carmonense, en su manuscrito de finales del siglo XVIII, como Manuel Fernández López en su clásica obra decimonónica sobre la ciudad de Carmona. Gracias a dichas descripciones y a las actuales ruinas sabemos que disponía de foso, doble muralla, un patio de armas, nueve torres -entre las internas y las externas- así como dos puertas de acceso. Además, había en su interior cuatro tahonas o molinos de trigo, aljibes, noria, salones con bóvedas de ladrillo, tres patios, incluido el de armas, etcétera.

           Pues, bien, en este trabajo ofrecemos algunas informaciones adicionales. procedentes de un extenso informe, gestionado en 1592 sobre la situación del recinto. Por una Real Cédula, fechada el 24 de febrero de 1592, se solicitó al corregidor de Carmona un informe detallado sobre la situación del alcázar, de su alcaide y de los recursos que tenía para su mantenimiento. Dicha petición generó un expediente que es el que analizaremos en las páginas que vienen a continuación.

En el citado manuscrito se afirma que su fábrica era toda de sillería de piedra tosca. Al parecer, la mayor parte de los suelos, incluida la galería que llamaban de los Reyes, estaban terraplenados, es decir, estaban formados por tierra prensada. De la visita de los alarifes al edificio se entrevén algunos datos de interés. Dicen que primero visitaron la puerta de la torre del Homenaje, que es la puerta que dicen de la Piedad. Ya Fernández López, a finales del siglo XIX, citando a López de la Barrera, afirmó que esta puerta se conocía así desde la Reconquista. Asimismo, visitaron la habitación donde se ubicaban las tahonas. Fernández López las intentó buscar en diversas excavaciones que practicó en el último tercio del siglo XIX, pero nunca las localizó. Seguidamente accedieron a dos bodegas, una más grande que la otra, al aljibe, al palomar, a las caballerizas, a un pajar, a la carnicería, a la noria y a dos graneros de trigo, uno junto al pajar y el otro encima de las caballerizas. Tal como se accedía a la plaza de armas, a mano derecha, se encontraba una habitación que, según afirman, tenía bóveda de aristas y el suelo igualmente terraplenado.

Como ya hemos dicho, la parte más vistosa del alcázar era la llamada Sala de los Reyes, que tenía un entresuelo y había una gran habitación alta y otra baja. Se trataba de una extensa galería de 43 metros de largo por 9 de ancho, con ventanas orientadas a la Vega, que se encontraba, ya a mediados del XVI, en mal estado de conservación, pues el agua se calaba a la habitación alta y de ahí caía a la baja. Lo más significativo de este Salón era una serie de pinturas al fresco que enlucían sus muros internos con los retratos de los soberanos de Castilla y de León hasta los Reyes Católicos. Al parecer, se realizaron por encargo de estos últimos y, desde entonces, dicha habitación recibió el nombre de Salón de los Reyes. Era frecuente que en los alcázares Reales hubiese estas series de retratos, como los había en el alcázar de Sevilla, concretamente en el Salón de Embajadores, donde aparecen los reyes e España desde Recesvinto a Felipe III. En particular, la serie de Carmona tiene el interés de que es una de las más antiguas que se conocen. Todos los soberanos aparecían sentados, al estilo antiguo, con sus atributos reales. Junto a ellos había un solo personaje que no pertenecía a la realeza, el Cid Campeador que, para diferenciarlo de los reyes, aparecía de pie.

Dadas las humedades de la sala, a mediados del siglo XVI las pinturas se encontraban ya en mal estado, a pesar de que tenían menos de un siglo de antigüedad. De hecho, los pintores que las visitaron en 1558 dijeron lo siguiente:

Otrosí, por cuanto en la sala de los Reyes mucha de la pintura de ella está caída y quitada y es pieza principal y conviene que esté adornada y bien aderezada y porque ésta es obra que debe ser apreciada por pintores para que si Su Majestad lo quisiere mandar pintar, como solía estar. Hizo parecer ante sí a Cristóbal de Cueto y a Diego de Moreda, pintores de esta villa, de los cuales recibió juramento en forma de derecho, so cargo del cual les mandó viesen la dicha pintura y declaren lo que será menester para pintarla y reformarla como solía estar. Los cuales dichos pintores prometieron de lo así cumplir y luego vieron la dicha pintura de la sala de los Reyes y, habiéndola visto y mirado y tanteado, dijeron que les parece en Dios y en sus conciencias será menester dos mil ducados para pintar la dicha sala y reformar todo lo que conviene y que esto era así y la verdad y su parecer por el juramento que hicieron y firmáronlo de sus nombres Cristóbal de Cueto y Diego de Moreda.

 

           Debieron ser finalmente restauradas, pues, pocos años después, causaron la admiración de Felipe II, quien ordenó copiarlas en Segovia y en el castillo de Simancas. Un siglo después, las pinturas volvían a presentar un estado lamentable. De hecho, el 28 de septiembre de 1655 las visitó el célebre anticuario Martín Vázquez Siruela y declaró que la mayor parte de ellas estaban descostradas y algunas incluso totalmente perdidas. Esta vez el deterioro fue irreparable, pues nunca se llegaron a restaurar.

Como ya hemos dicho, había otra sala idéntica en la parte inferior, que medía exactamente lo mismo, 43 metros de largo por 9 de ancho. Ésta era conocida como la sala o la pieza de las Infantas, y nos consta que también tenía sus muros decorados con pinturas. Nada se nos especifica de su serie icónica, pero, a juzgar por el nombre de la habitación, no podemos descartar que contuviese los retratos al fresco de las infantas y de las reinas de España.

           Las torres eran muchas y todas ellas tenían su nombre. La torre más importante del recinto, la del homenaje, se le denominaba popularmente como la torre del Agua. De ella se decía, asimismo, que era grande y muy necesaria. Otra torre, ubicada en la esquina oriental, la llamaban popularmente como la torre de la Banda, mientras que la que caía encima de la carnicería se conocía con el nombre popular de torre de la Longaniza.

           ¿Cuándo y por qué se dejó arruinar el alcázar de Arriba? En las líneas que vienen a continuación intentaremos dar respuesta a esta pregunta. Tras el terremoto de 1504 el edificio quedó maltrecho, no obstante, los alcaides continuaron residiendo en él. Ya en 1572, don Fadrique Enríquez informó sobre su lamentable situación que, a su juicio, amenazaba ruina. Estimaba importante su reparación porque, según decía, los dichos alcázares son la defensa y guarda principal así de esta villa de Carmona como de toda esta Andalucía por ser una fuerza tan principal como es. El informe de los alarifes Cristóbal Gutiérrez, Antón Gutiérrez Navarrete y Pedro Hernández fue absolutamente desalentador. Estimaron el valor total de los arreglos entre 15.000 y 16.000 ducados, o a lo sumo para lo más básico, cuanto menos 4.000 ducados. Nadie se quiso hacer cargo de los gastos. Don Fadrique personalmente gastó algún dinero de su bolsillo y algunos tenientes también. Dice el expediente que el teniente Cristóbal de Bordás Hinestrosa gastó más de 3.000 reales en reparar su vivienda.

Pese a estas pequeñas inversiones, la situación se fue deteriorando con el paso de los años de forma que nuevamente, en 1592, se recibieron quejas sobre la situación ruinosa del alcázar. Tras llegar a oídos de Felipe II, éste volvió a escribir a su corregidor para que informase detalladamente al respecto. El corregidor Esteban Núñez obedeció la cédula y la besó y puso sobre su cabeza. Pero de nada servían los informes si nadie se hacía cargo de los gastos. El maderaje estaba podrido, los techos se llovían, la escasa artillería que había estaba prácticamente inservible, siendo la situación general absolutamente crítica.

¿A quién correspondía el reparo?, estaba claro que a la Corona. Basta leer el documento de cesión de la alcaidía para darse cuenta de que solo se enajenó el cargo, en ningún caso el edificio. Una de las cláusulas del mismo es totalmente clarificadora:

Ítem, que en cuanto toca a lo de los reparos y edificios y municiones y artillería de los dichos alcázares ha de ser como al presente es a costa de Su Majestad y de sus rentas que para este efecto y reparo se están señaladas y diputadas en la dicha villa de Carmona, pues, los dichos alcázares y edificios de ellos han de quedar como ahora lo son por propios de Su Majestad y vos el dicho don Fadrique y todos los que lo poseyeren y tuvieren por virtud de esta carta de venta y conforme a ella para siempre jamás han de obedecer y cumplir en la guarda y tenencia de los dichos alcázares y puertas con los reyes de estos reinos y sus gobernadores de ellos todo aquello que los alcaides de las fortalezas de estos reinos son obligados a hacer y cumplir conforme a las leyes de ellos…

 

El problema era que la Corona nunca tuvo la voluntad de salvar una fortaleza que ya no tenía la importancia estratégica de antaño. Todas las fortalezas de la Corona tenían unas rentas asignadas para sus reparos. ¿Qué rentas tenían asignados los alcázares de Carmona?, pues, la renta del diezmo de cal y barro de la propia localidad. Esta renta la arrendaban los alcaides y pagaban en tiempos de don Fadrique entre 30.000 y 60.000 maravedís anuales. La renta era bajísima, ínfima, teniendo en cuenta que con ella había que mantener los dos alcázares de la localidad. Por poner un ejemplo comparativo, por aquel entonces las rentas asignadas al alcázar de Sevilla se cifraban en unos 12.000 ducados, es decir, casi 4,5 millones de maravedís. Es decir, las rentas de que disponían los alcázares de Carmona suponían aproximadamente el uno por ciento de las que disfrutaban los de Sevilla. Para colmo, los barreros y los caleros interpusieron un pleito, que apelaron hasta la audiencia de Granada para no pagar dicha renta. En 1592 se decía que llevaban diez años sin abonarlas, esperando la resolución judicial.

En definitiva, el problema era que los alcázares de Carmona no tenían rentas suficientes. La Corona que en cualquier caso se debía hacer cargo de los reparos lo obvió reiteradamente porque durante siglos sus arcas estuvieron poco saneadas. El resultado de todo ello es bien conocido. Parece ser que, pese a su desastrosa situación, los tenientes de alcaide, puestos por los Enríquez, residieron en el alcázar de Arriba hasta 1649. En ese momento se desató una epidemia en Carmona y los contagiados así como los muertos fueron trasladados allí. Un documento de 1690 indicaba que en su patio de armas se hizo un osario y que desde 1650 se vieron fantasmas y con el horror se hizo inhabitable y fue motivo de no haber quedado puerta ni madera. En realidad, no debieron ser los fantasmas sino su ruinosa situación lo que llevó a su abandono definitivo. En 1590 los carmelitas pidieron autorización para sacar piedra de él con destino al nuevo monasterio que estaban construyendo. La respuesta, aunque negativa, nos da una idea de la situación en la que se encontraba ya por aquel entonces el viejo alcázar:

Ha quedado la fachada, que ni aun el tiempo parece capaz de deshacerla por estar sobre peña viva y tener nueve varas de ancho las paredes, algunas portadas, la plaza de armas que es de veinticuatro varas de alto y 15 de cuadro y es labrada de sillería y dos castillos todo macizo, algunos salones cuyo material no puede servir por ser argamasón y una fortaleza de sillería a la boca del foso que es de piedra viva para limpiar las murallas de singular estimación y fábrica. De las bóvedas se pudiera aprovechar algún ladrillo pero con gran costa y dificultad… Material caído no hay ninguno que pueda aprovechar si no es el ladrillo de las bóvedas y la sillería de la plaza de armas, castillo y fortaleza.

 

Queda claro que la ruina del edificio no se produjo tras el terremoto de 1755 como en alguna ocasión se ha dicho. Es cierto que fue desde esta fecha cuando se reconoció oficialmente, convirtiéndose desde entonces en una verdadera cantera de piedra para diversas construcciones de la ciudad. Finalmente, en 1884, la Comisión Nacional de Monumentos decidió proteger lo poco que quedaba del alcázar, comisionando para ello al erudito local Juan Fernández López. El resto de la historia es bien conocida; en los años sesenta se cedió el alcázar al Estado para la construcción de un Parador Nacional de Turismo. Y finalmente, en el año 2008 se ha conseguido la donación por parte del Estado de la parte no ocupada por el Parador, con el objetivo de preparar la zona para hacer visitas guiadas a los restos de tan señero y antaño majestuoso alcázar de Pedro I.

 

PARA SABER MÁS

 

 

-ALMAGRO, Antonio: “Los palacios de Pedro I. La arquitectura al servicio del poder”, Anales de Historia del Arte, vol. 23. Madrid, 2013.

 

-ANGLADA CURADO, Rocío y Ventura GALERA NAVARRO: “El alcázar de Arriba de Carmona”, en Castillos de España Nº 125, 2002.

 

-FERNÁNDEZ LÓPEZ, Manuel: Historia de la ciudad de Carmona, desde los tiempos más remotos hasta el reinado de Carlos I. Sevilla, 1886, (reed. en 1996).

 

-MIRA CABALLOS, Esteban: “Alcázares y alcaides en la Carmona Moderna: noticias inéditas·”, Revista de Historia Militar Nº 105. Madrid, 2009.

 

ESTEBAN MIRA CABALLOS